En pleno centro tucumano, entre combis y colectivos más nuevos, apareció una joya sobre ruedas que no pasó desapercibida. Un Mercedes-Benz 1114 de 1985, pintado con los colores vivos de otra época y restaurado hasta el último detalle. Al volante iba Ariel Quispe, un bonaerense que hace nueve años eligió vivir en Tafí Viejo y que encontró en este vehículo un puente hacia su infancia y, sobre todo, hacia la memoria de su padre.

“Es el colectivo más pituco de Tucumán”, bromeaban los curiosos al verlo pasar. Y no era exageración.

Carrocería impecable, luces relucientes, cubiertas nuevas, cortinitas blancas y hasta una licorera con botellitas en miniatura, como las que decoraban los ómnibus porteños de los 80. Todo invita a viajar en el tiempo.

Recuerdo que se mueve

Ariel tiene 40 años, la misma edad que el colectivo que maneja con orgullo. Lo compró hace cuatro o cinco años en Buenos Aires y lo pintó con los colores de la línea 437, donde su padre trabajó durante 16 años.

“Con él aprendí a manejar, a pasar los cambios, a cortar boletos. Me crié en la cabina, sentado a su lado. A veces me cansaba y jugaba con las luces de giro, pero siempre estaba ahí. Hoy ya no lo tengo presente, pero me quedó esta pasión. Manejar este colectivo es un cable a tierra”, cuenta.

La primera imagen al subir confirma esa unión. Lo primero que se observa es una foto de su padre con la leyenda “Te fuiste con la última vuelta, viejo”, porque el deseo del conductor es que cada kilómetro recorrido sea también una forma de recordarlo.

Detalles con nostalgia

El Mercedes-Benz 1114 luce restaurado y lleno de accesorios. Poco a poco Ariel agregó espejos tallados, relojes, tapizados nuevos y hasta el clásico “chifle”, esa bocina que suena como un silbido y que hacía vibrar a los pasajeros que se subían al vehículo en otra época.

“Hay cosas que ya no se consiguen. La goma del piso, por ejemplo, está en desuso. El techo de fórmica y madera también es distinto. Los coches nuevos tienen aire acondicionado, calefacción, algunos son automáticos. Este es manual, de otra era”, explica.

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Entre los detalles que más sorprenden están los pedales con incrustaciones de madera y espejos biselados, los viejos boletos, los cospeles casi extintos y las cortinitas impecables.

De esta manera, es como cada rincón es una invitación a la nostalgia.

Una pasión sin precio

El valor de este colectivo no se mide en dinero. Ariel lo tiene claro: “Me ofrecieron cambiarlo por camionetas cero kilómetro, pero no acepté. No tiene precio, es como un cuarto hijo para mí”.

Aunque no transporta pasajeros de línea, el vehículo ya fue elegido para ocasiones especiales. “Me lo alquilaron para un casamiento. Los novios querían algo distinto y van a llegar en el colectivo. Para mí es una alegría compartirlo”, dice con entusiasmo.

Elegir Tucumán

Ariel llegó desde la provincia de Buenos Aires, hace nueve años.

Emprendedor por naturaleza, arrancó alquilando equipos de depilación definitiva y con el tiempo se hizo un nombre en el rubro de la estética. También probó con una cafetería en Tafí Viejo.

“Voy y vengo porque mis hijos están en Buenos Aires, pero vivo prácticamente acá. A mí me gusta el tucumano, me gusta Tucumán”, asegura.

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En su tiempo libre, el colectivo se convierte en refugio. Lo lava, lo pule, le suma algún accesorio y sale a dar una vuelta. Cada paseo despierta miradas, fotos y videos. “Muchos me dicen que hay que estar medio loco para tener algo así, pero es como los que son fanáticos de las motos o los autos. Yo soy fanático de los colectivos”, sonríe.

Reliquia que emociona

Cuando el motor ruge y la bocina silba, Tucumán se convierte por un rato en Buenos Aires de los 80. Los tangos de Goyeneche suenan en los parlantes, se ven los espejos tallados, los boletos, las cortinas blancas.

Desde atrás, la leyenda pintada en el colectivo resume la travesía: “Yo estuve en Tucumán, Jardín de la República”.

Y los tucumanos, sorprendidos, devuelven la sonrisa a Ariel, ese hombre que convirtió un colectivo en un museo rodante y, sobre todo, en un homenaje vivo a su padre.